CAPÍTULO XL

LA MEDIDA DE LA BEBIDA

1 "Cada cual ha recibido de Dios su propio don, uno de una manera, otro de otra" (1 Co 7,7), 2 por eso establecemos con algún escrúpulo la medida del sustento de los demás. 3 Teniendo, pues, en cuenta la flaqueza de los débiles, creemos que es suficiente para cada uno una hémina de vino al día. 4 Pero aquellos a quienes Dios les da la virtud de abstenerse, sepan que han de tener un premio particular.

5 Juzgue el superior si la necesidad del lugar, el trabajo o el calor del verano exigen más, cuidando en todo caso de que no se llegue a la saciedad o a la embriaguez. 6 Aunque leemos que el vino en modo alguno es propio de los monjes, como en nuestros tiempos no se los puede persuadir de ello, convengamos al menos en no beber hasta la saciedad sino moderadamente, 7 porque "el vino hace apostatar hasta a los sabios" (Qo 19,2).

8 Pero donde las condiciones del lugar no permiten conseguir la cantidad que dijimos, sino mucho menos, o nada absolutamente, bendigan a Dios los que allí viven, y no murmuren. 9 Ante todo les advertimos esto, que no murmuren.

 

 

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