CAPÍTULO IV

LOS INSTRUMENTOS DE LAS BUENAS OBRAS

 

37 ni dormilón,

38 ni perezoso,

39 ni murmurador,

40 ni detractor.

41 Poner su esperanza en Dios.

42 Cuando viere en sí algo bueno, atribúyalo a Dios, no a sí mismo;

43 en cambio, sepa que el mal siempre lo ha hecho él, e impúteselo a sí mismo.

44 Temer el día del juicio,

45 sentir terror del infierno,

46 desear la vida eterna con la mayor avidez espiritual,

47 tener la muerte presente ante los ojos cada día.

48 Velar a toda hora sobre las acciones de su vida,

49 saber de cierto que, en todo lugar, Dios lo está mirando.

50 Estrellar inmediatamente contra Cristo los malos pensamientos que vienen a su corazón, y manifestarlos al anciano espiritual,

51 guardar su boca de conversación mala o perversa,

52 no amar hablar mucho,

53 no hablar palabras vanas o que mueven a risa,

54 no amar la risa excesiva o destemplada.

55 Oír con gusto las lecturas santas,

56 darse frecuentemente a la oración,

57 confesar diariamente a Dios en la oración, con lágrimas y gemidos, las culpas pasadas,

58 enmendarse en adelante de esas mismas faltas.

59 No ceder a los deseos de la carne,

60 odiar la propia voluntad,

61 obedecer en todo los preceptos del abad, aun cuando él - lo que no suceda - obre de otro modo, acordándose de aquel precepto del Señor: "Hagan lo que ellos dicen, pero no hagan lo que ellos hacen" (Mt 23,3).

62 No querer ser llamado santo antes de serlo, sino serlo primero para que lo digan con verdad.

63 Poner por obra diariamente los preceptos de Dios,

64 amar la castidad,

65 no odiar a nadie,

66 no tener celos,

67 no tener envidia,

68 no amar la contienda,

69 huir la vanagloria.

70 Venerar a los ancianos,

71 amar a los más jóvenes.

72 Orar por los enemigos en el amor de Cristo;

73 reconciliarse antes de la puesta del sol con quien se haya tenido alguna discordia.

74 Y no desesperar nunca de la misericordia de Dios.

75 Estos son los instrumentos del arte espiritual. 76 Si los usamos día y noche, sin cesar, y los devolvemos el día del juicio, el Señor nos recompensará con aquel premio que Él mismo prometió: 77 "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni llegó al corazón del hombre lo que Dios ha preparado a los que lo aman" (1 Co 2,9). 78 El taller, empero, donde debemos practicar con diligencia todas estas cosas, es el recinto del monasterio y la estabilidad en la comunidad.

  

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